Mi padre me regaló, entre otras muchas cosas, su afición por la fotografía. Aquellas horas infantiles en el cuarto oscuro fueron el inicio de una pasión que se ha mantenido, con altibajos, hasta hoy. No vivo de la fotografía, pero para mí es mucho más que un entretenimiento: para una persona tímida, introspectiva y más bien lenta, como yo, el caminar por la vida intentando ver pausadamente la belleza menos evidente en la naturaleza, los edificios o los objetos, es también una manera de estar en el mundo. No fotografío personas, porque me resulta muy difícil por carácter. Tampoco me interesan las postales, ni el virtuosismo técnico si las fotos no dicen nada. No renuncio a ningún soporte ni tecnología, con tal de que permita recoger una mirada y una sensibilidad, pero me siento especialmente a gusto con un equipo adecuado no tanto a mis virtudes como a mis limitaciones: cámara analógica de formato medio, blanco y negro, trípode, disparador y un estudio pausado de la luz y las texturas. Sobre todo, de los grises: en el norte no tenemos vuestra luz maravillosa, y tenemos que mimar los grises: desde la exposición hasta la copia, pasando por el revelado, ese trabajo lento, artesanal, es el que aprendemos y compartimos, aquí en Oviedo, fotógrafos aglutinados alrededor de la escuela y el magisterio de Ricardo Moreno. Seguimos aprendiendo a mirar.