Corea del Norte | El país de la felicidad obligada – Amable Marín

PERROS QUE RECITAN POEMAS

Sin ti no hay patria es una canción que ensalza las virtudes del anterior Presidente, King Jong Il: a menudo, por la megafonía de las calles o al final de reuniones importantes, al ciudadano se le recuerda: ¡Nos hiciste creer, camarada Kim Jong-il! No podemos vivir sin ti. ¡Nuestro país no puede existir sin ti! En efecto, oficialmente, para un norcoreano, la garantía de que su nación existe es su Presidente. A su vez, el Gran Cicerone al paraíso hace buena la hipótesis de Michael Breen, experto en ambas Coreas, para quien, si Descartes hubiera sido coreano, habría dicho: “Estoy al mando, luego existo”. Así que la realidad misma de este Gran Timonel deriva de su autoridad, que, al mismo tiempo, certifica, en este mundo, la presencia de todas las ideas, personas y cosas que incluye Corea del Norte, muchas de las cuales fueron a parar a la cámara de Amable Marín en junio de 2019, a pesar de que fue guiada, en vano, por custodios del Régimen.

De hecho, esta granadina, hoy habitante de Almería, merodea con cámara por el mundo, próximo y lejano, desde 2013, y nos trae lo que mira por el visor para conocerlo y hacernos reflexionar, en especial, acerca de la debilidad humana ante desafueros sociales y políticos. Su condición de Trabajadora social no es ajena a su mirada.

Esta vez, se acerca ella a esta realidad con la paciencia mineral propia de la mirada de la indiscreta, pero con el pulso cordial de una gran viajera que no puede evitar el apego a lo humano. Así, Amable nos muestra cómo, además de la necesidad establecida de la Patria y su Conductor, hay vidas eventuales, que, aunque mandan poco (y, por eso, existen menos) forman país, del mismo modo que un grano en los arrozales de las llanuras que el río Han inunda. Pues bien, Amable ha aventado el cereal, lo ha seleccionado y aquí nos lo trae.

El ajetreo cotidiano de la vida que nos destapa viene inaugurado por una imagen que no plasma seres vivos reales, sino su reflejo en el arte, idealizados bajo las premisas estéticas del oxímoron que es el realismo Juche, adaptación coreana del Socialismo, que abre una brecha impúdica entre la realidad que fluye y la urdida por el Partido, que es la que prevalece. Si os fijáis, solo hay sonrisas en el arte: en los cuadros, en las esculturas y en las escolares que cantan, algo inquietante en el aislado país de la felicidad obligada.

Por un lado, tenemos las vidas que son teselas que arman el mosaico exacto de la nación: niños desfilando, mujeres que danzan, informadoras en su conversación, pero, por otro lado, fuera de este tapiz fastuoso de la vida decretada, están los pespuntes sueltos que son las idas y venidas de los coreanos. Las biografías de quienes son reducidos a existencias deshilachadas: los ciclistas que hormiguean aquí y allá, las figuras baladíes bajo la vastedad de la propaganda, la melancolía prematura de los niños en los orfanatos, las vidas apagadas en las colmenas de viviendas, de colores vibrantes, o los preciosos paisajes de los que, de vez en cuando, brota una garita de observación militar, que desmiente, desde el cemento, la frescura de la vida que vigila…

En el artículo 67 de la Constitución norcoreana puede leerse que Se garantiza a los ciudadanos la libertad de expresión, prensa, reunión, manifestación y asociación, pero también es cierto que un refrán de ese país, muy anterior a ella, advierte de que después de tres años en la escuela de un pueblo, incluso un perro puede recitar un poema.

Texto de presentación en el Nº 2 de Revista-D, escrito por Antonio Maraver.